jueves, 5 de junio de 2014
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Nosotros
los creyentes somos un pueblo que se reúne. Desde que la iglesia comenzó
el día de Pentecostés, cincuenta días después de la resurrección de
nuestro Señor, los creyentes se han congregado como iglesia (Hch.
2:41-45). Fuimos salvos para ser la iglesia, y como iglesia nos reunimos
continuamente y regularmente. Aunque muchos cristianos prefieren
practicar la vida cristiana de manera individual, la intención de Dios
es que todos los creyentes se reúnan corporativamente.
Nuestras
reuniones son vivientes, es decir, están llenas del disfrute y de la
expresión de la vida divina, la cual nosotros los hijos de Dios
poseemos. Nuestras reuniones se centran en la verdad, es decir, tomamos
como contenido la Biblia y su revelación con respecto al Dios Triuno y
Su economía, a la Persona y la obra de Cristo y a la obra del Espíritu.
Nuestras reuniones se conducen en mutualidad, es decir, animamos a todos
los creyentes a que hablen y rechazamos el sistema de clérigos y
laicos, donde un solo hombre habla y los demás escuchan pasivamente.
Nuestras reuniones son inclusivas, es decir, aceptamos y acogemos a
todos los que creen en Cristo, el Dios-hombre que vivió, murió y
resucitó por nuestros pecados y por nuestra justificación ante Dios (Ro.
4:25). Y nuestras reuniones se basan más en la función que en la forma,
es decir, no conducimos nuestras reuniones en conformidad con ritos y
tradiciones, sino por el bien del avance de la edificación de los santos
y del Cuerpo de Cristo.
Nuestras
reuniones más simples son las reuniones de hogar. Estas reuniones
tienen como fin alimentar a los nuevos creyentes y se celebran en los
hogares de los santos o de nuestros amigos recién salvos. Nos reunimos
en los hogares por lo menos semanalmente para poder conducir a nuestros
parientes, vecinos, amigos y colegas a aceptar la salvación del Señor.
Una vez que son salvos, seguimos reuniéndonos con ellos en los hogares
para alimentarles y ayudarles a crecer en la vida cristiana. En general,
estas reuniones son pequeñas; constan de uno o dos santos que pastorean
y un creyente nuevo. Durante estos tiempos, ayudamos a los nuevos a
disfrutar al Señor por medio de la oración, el canto, la comunión, y la
lectura y estudio de la Biblia.
Deseamos
que todos los creyentes sean ayudados en cuanto a realizar su función
para la edificación del Cuerpo de Cristo. Por esto se necesita el
perfeccionamiento de los santos, según se menciona en Efesios 4:12.
Hemos descubierto que la mejor manera de perfeccionar a los santos es
darles muchas oportunidades de funcionar; así que, tenemos reuniones con
este único propósito. Estas reuniones de perfeccionamiento también se
celebran en las casas de los santos y constan de diez o quince hermanos y
hermanas. Estas reuniones son caracterizadas por la mucha mutualidad
que hay en la enseñanza, las preguntas, las respuestas, el pastoreo, la
intercesión y el cuidado. Todos los santos pueden recibir ayuda
práctica, y todos los santos pueden ejercer su función para ministrar a
otros a fin de edificar el Cuerpo de Cristo. Durante estas reuniones,
todos aprendemos el uno del otro a funcionar adecuadamente en la
iglesia. En la comunión íntima de estas reuniones, podemos ser
corregidos por los demás en amor para poder ser perfeccionados en
nuestra función. Como se enseña en Hebreos 10:24-25, nos estimulamos y
nos exhortamos en estas reuniones.
La
iglesia, como columna y base de la verdad (1 Ti. 3:15), se reúne para
expresar al Señor corporativamente en la localidad. Las reuniones de la
iglesia llevan a cabo una función especial que ninguna otra reunión de
los creyentes puede. La reunión más importante de la iglesia es la
reunión donde celebramos la mesa del Señor, o la reunión del partimiento
del pan (1 Co. 10:14-22; 11:17-34). En esta reunión nosotros los
creyentes nos congregamos para participar de la comunión de la sangre y
del cuerpo de nuestro Señor con miras a nuestro disfrute (1 Co.
10:16-17) y para recordar al Señor con miras a que El disfrute (1Co.
11:24-25). El pan del cual participamos simboliza no solamente el cuerpo
físico de nuestro Señor, el cual fue quebrantado por nosotros en la
cruz, sino también Su Cuerpo místico, del cual nosotros somos los muchos
miembros. Al participar de la mesa del Señor, “discernimos el cuerpo”
como nos exhorta el apóstol Pablo (1 Co. 11:29); es decir, nos
examinamos con respecto al Cuerpo del Señor, preguntándonos si somos
divisivos de manera individualista o si nuestra reunión es una reunión
de división. Aquí nuestra posición como iglesia, en la cual se expresa
la unidad del Cuerpo de Cristo, se hace manifiesta. Abiertamente
nosotros, al congregarnos en la mesa del Señor, tomamos parte en esta
unidad, participamos de esta unidad, y la exhibimos.
El
apóstol Pablo también habla de otro tipo de reunión en la Primera
Epístola a los Corintios: “¿Qué hay, pues, hermanos? Cuando os reunís,
cada uno de vosotros tiene salmo, tiene enseñanza, tiene revelación,
tiene lengua, tiene interpretación. Hágase todo para edificación”
(14:26). Esta es una reunión en la cual todos los hermanos y las
hermanas pueden ejercer su función de hablar, para edificar el Cuerpo de
Cristo. Esto es lo que Pablo llama profetizar; no es predecir sino
proclamar, hablar por Dios y proclamar a Cristo partiendo de la Palabra
de Dios, para la edificación de los creyentes y de la iglesia (1 Co.
14:3-4). La reunión donde todos los santos profetizan les proporciona a
los hermanos y hermanas la enseñanza, la revelación, la consolación y la
exhortación que ellos necesitan como iglesia en su respectiva
localidad, y estas cosas no las ministran unos cuantos miembros dotados,
sino todos los miembros en mutualidad (1 Co. 14:1, 31).
También
nos reunimos como iglesia para orar corporativamente. En el Nuevo
Testamento hay muchos casos en los que los santos se reúnen a orar (Hch.
2:42; 4:23-31; 12:5). La iglesia se reúne por lo menos una vez por
semana para orar por el mover de la economía de Dios sobre la tierra,
para atar las actividades del enemigo de Dios, y por las necesidades de
la iglesia local. En esta reunión todos los santos ejercen su función
uno por uno, haciendo oraciones breves y con el espíritu liberado para
aliviar la carga que tienen por el mover del Señor a través de la
iglesia.
Algunas
veces en iglesias numerosas, las reuniones de la iglesia se llevan a
cabo en grupos de distrito de unos cincuenta santos, a fin de que haya
más oportunidad de que los santos manifiesten su función. La reunión de
la mesa del Señor, la reunión para profetizar y la reunión de oración a
veces se realizan en distritos.
Según
el modelo del Nuevo Testamento, también tenemos reuniones en las que es
presentado el ministerio neotestamentario. Durante tales reuniones
algunos miembros dotados predican el evangelio, enseñan la verdad,
edifican y entrenan a los santos, exponen una verdad específica de las
Escrituras, o conducen un estudio de una porción de la Biblia. Las
reuniones en las que Pedro predicaba (Hch. 2:14; 3:12; 10:34) y en las
que Pablo ensañaba (Hch. 19:9-10; 20:7; 28:30-31) son ejemplos de esta
clase de reunión. La principal carga de las reuniones de ministerio la
sobrellevan aquellos cuyo don es funcionar así, pero con frecuencia los
santos que asisten a dicha reunión también comparten; de este modo, aun
en este tipo de reuniones podemos hablar en mutualidad. En las reuniones
de ministerio se lleva a cabo cierta medida de perfeccionamiento que no
se lograría en ninguna otra reunión de los santos.
La
vida cristiana es una vida corporativa, y gran parte de esta
característica se expresa en nuestras reuniones. De la manera que nos
exhortan las Escrituras, no debemos dejar de congregarnos, como suelen
hacerlo algunos, y mucho más cuando vemos que el día del regreso del
Señor se avecina (He. 10:24-25).
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