lunes, 6 de febrero de 2017
- 11:02
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Los recién salvos,
igual que todo ser viviente, requieren nutrimiento para crecer en vida. Hemos
recibido la comisión de predicar el evangelio, y ésta también incluye el
nutrimiento de los que han sido salvos por medio nuestro. El Señor Jesús
exhortó a Pedro a alimentar a Sus corderos (Jn. 21:15-17), y Pedro tomó en
serio la exhortación del Señor, porque muchos años después todavía alimentaba a
los corderos del Señor con sus cartas. En una carta escribió: “Desead, como
niños recién nacidos, la leche no adulterada de la palabra, para que por ella
crezcáis para salvación” (1 P. 2:2), y exhortó a los líderes de las iglesias a
pastorear “la grey de Dios” (1 P. 5:2). Pablo también cuidaba a los creyentes
al nutrirlos; por ejemplo, en una carta escribe: “Antes fuimos tiernos entre
vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus niños” (1Ts. 2:7).
Nosotros también llevamos esta carga para el nutrimiento de los creyentes
actualmente. Todo nuevo creyente es un niño espiritual que requiere nutrimiento
continuo. Mediante este nutrimiento los nuevos pueden ser mantenidos vivos y
pueden crecer en vida hasta llegar a su plena salvación.
El nutrimiento de
los recién salvos se tiene que llevar a cabo con regularidad y constancia. Para
cumplir esto, tenemos que visitar a los nuevos creyentes en sus casas o
reunirnos con ellos en cualquier lugar disponible, semana tras semana. Durante
estas reuniones periódicas en las cuales cuidamos a los nuevos, les podemos
ayudar a que ejerciten su espíritu regenerado, lean la Biblia, canten cánticos
espirituales y oren al Señor. Así son alimentados con las riquezas de Cristo y
se les suministra la vida divina para que crezcan espiritualmente. Sólo por
medio de este nutrimiento regular y constante pueden ellos mantenerse vivos y
sanos en la vida cristiana.
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